El Protagonista de la Misión

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Dios es el protagonista de la Misión. En efecto, como enseña S.S. Benedicto XV, “la propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es toda ella obra exclusiva de Dios”[1]. Pero esto, ¿por qué? El Papa lo explica con claridad: “pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el corazón para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración divina y para enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez que prestar al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder y efectuar lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero”.
El Concilio Vaticano II, en la misma línea, escruta la acción divina en las Misiones y puntualiza que “la actividad misional es nada más y nada menos que la manifestación o epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud”[2].

Subrayemos estas enseñanzas conciliares: las Misiones Católicas son epifanía del designio de Dios y son cumplimiento del divino designio. A su vez, Dios realiza por medio de las Misiones Católicas la Historia de la Salvación. Es decir, la misma Historia de la Salvación es realizada por Dios, pero es realizada por medio de las Misiones Católicas. Es esta una verdad, proclamada claramente por el último Sacro Concilio y es una verdad que amerita ser meditada largamente y que pone de manifiesto la inmensa dignidad de la actividad misional y de la vocación misional. El Misionero, en efecto, es un hombre destinado por Dios a ser medio a través del cual Dios realiza la Historia de la Salvación de los pueblos, y no cualquier salvación sino precisamente la salvación eterna. ¡La salvación eterna de las almas! Si se meditase lo suficiente en esta verdad –y se predicase más sobre esto-, aumentaría el número de Misioneros. ¿A quién no le gustaría ser instrumento de Dios para la salvación eterna de los hombres?
El Protagonista de la Misión, repetimos, no es el hombre, sino Dios. De hecho, como afirma el último Papa Magno, “la conversión es un don de Dios, obra de la Trinidad; es el Espíritu que abre las puertas de los corazones, a fin de que los hombres puedan creer en el Señor y « confesarlo » (cf. 1 Cor 12, 3)”[3]. La Escritura no deja lugar a dudas: todo aquel que se acerca a la Fe Católica, se acerca porque Dios Padre lo atrae ya que, como reveló nuestro Señor, “nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» (Jn 6, 44)”[4].
El Protagonista de la Misión, repetimos, no es el hombre, sino Dios. Fundamos lo dicho en lo afirmado precedentemente y también en el hecho de que la Misión Eclesial proviene de las Misiones Divinas Intratrinitarias, como indica un reciente documento de Propaganda Fidei: “«Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21). Esta afirmación de Jesús es vinculante y expresa del mejor modo posible la unidad y la continuidad de la misión. La «missio Ecclesiae», de hecho, proviene de la «missio Dei»”[5].

Roguemos a Dios nos dé la gracia de gastarnos y desgastarnos en la Misión, para corresponder fielmente a Dios en Su designio salvador por medio de las Misiones.

Francisco Xavier,

30-I-14, Taiwán

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[1] Ampliamos la citación: “la propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es toda ella obra exclusiva de Dios, pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el corazón para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración divina y para enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez que prestar al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder y efectuar lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero” (S.S. Benedicto XV, Carta Ap. Maximum Illud, Sobre la propagación de la fe católica  en el mundo entero, Ciudad del Vaticano 1919, 73).

[2] Concilio Ecuménico Vaticano IIo, Decreto Ad Gentes. Sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, 9.

[3] S.S. Beato Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Missio. Sobre la permanente validez del mandato misionero., 46.

[4] Citado, a continuación del pasaje transcripto anteriormente, por Juan Pablo II (Ibid).

[5] Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Cooperatio Missionalis. Instrucción sobre la cooperación misionera, Ciudad del Vaticano 1-X-98, 2.

 

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