Acumulando cicatrices en Taiwan

Acumulando cicatrices en Taiwan

 

El misionero tiene que ser un apasionado de la siembra… Sembrar, sembrar semillas de Eternidad es la ocupación del que es enviado por Dios a procurar Su Gloria en tierras lejanas.

Podemos preguntarnos, ¿por qué la parábola “de los porcentajes” se llama “la Parábola del Sembrador” y no la “del cosechador”? …

Porque lo que Dios nos pide es sembrar. Dios no nos pide ver frutos, sino sembrar y no nos pide sembrar bastante sino sembrar todo lo que podamos, “mientras más y más, mejor”. Y nos pide que el primer sembradío sea el de la propia alma, preferencia esta que no solo se funda en que el activismo es una herejía -no por nada llamada “Americanismo”- sino en que nadie da lo que no tiene. Es decir, acá, Dios no nos pide ver victorias sino “acumular cicatrices”. Lo importante no es dar materia a las estadísticas de los anuarios eclesiásticos sino “gastarse y desgastarse” en la Misión, recordando que “debemos tener impaciencia por predicar al Verbo en toda forma”[1], que “la fe viene por el oído” (Rom 10,17) y que “debemos ir al mundo para convertirlo”[2].

¿Y a que viene este boceto de “exégesis de aficionado”? Pienso sirve de prólogo -del tipo de esos proemios poco proporcionados con la brevedad del nudo- para contar una apostólica andanza de corto tranco y toda carente de los tan ansiados frutos visibles. El hecho tuvo lugar en Taiwan, en la ciudad de Taiping, en los suburbios de Taichung.

Volviendo del dentista un viernes a la noche, ví una puerta abierta y una familia comiendo un asado taiwanés. Ni los conocía. Pero, entré a sembrar.  Bastó un saludo para que me respondan con un 請坐 (“¡Siéntese por favor!”). Y ahí nomás empezaron a ofrecerme un plato tras otro, siguiendo aquella máxima de la hospitalidad china que pide ofrecer una gran variedad de platos al huésped.

La Madre de familia es una católica que, como tantas católicas taiwanesas, lamentablemente abandonó la práctica de la Fe por casarse con un pagano. Es uno de los dramas del lugar. Pero, Dios tiene Sus caminos y le mandó, sin previo aviso, a este Misionero a golpear la puerta de su hogar. Impresionaba ver como bastó solo con saludarla para que ella empiece a hablar de Dios. El contenido de su conversación fue enteramente religioso. Habló sin parar como 20 minutos: recordaba a la Religiosa que le dió el catecismo en su infancia, preguntaba cada cuanto celebramos la Misa, me mostraba fotos del presbiterio de una iglesia y así seguía hasta que el marido tomo la palabra y me dijo: “我們是朋友可是這裡天主的話不可以” (“Somos amigos pero acá no habláremos de Dios”). Pero ¿por que él no quería hablar de Dios? Porque él, como dijo casi al principio, rinde culto a la “diosa” Mazu, una de las “deidades” predilectas de la superstición china. Pasada la intervención del marido que le impidió a su mujer seguir elencando piadosos recuerdos, ella se llamó al silencio. El marido nos prohibía hablar de Dios en su casa pero subrayaba sus deseos de amistad con el desconocido Misionero. Sin saberlo, el anfitrión me estaba recordando una de las claves del apostolado de Mateo Ricci: la amistad es la vía para convertir a los chinos.

Mateo Ricci SJ, emblemático Misionero en la China

Mateo Ricci SJ, emblemático Misionero en la China

Al rato, luego de que vio que no vengo al Asia para tener plata, el anfitrión me sorpendió diciéndome lo siguiente: “yo sé que vos venís hasta Taiwan porque crees en Dios” y me dijo “somos amigos y aprecio muchísimo que hayas venido desde tan lejos hasta mi país”.

Y luego, mientras yo estaba entretenido con los palitos chinos -que aún no manejo con destreza-, me volvió a sorpender al mandarle a uno de sus hijos que nos cocine carne para que los Misioneros comamos en nuestra casa al otro día.

A pesar de que mi mandarín es muy incipiente, la conversación duró unas horas. Quedamos amigos. Al menos la esposa se acordó de Dios durante un rato, el hombre se enteró de que lo que nos mueve a misionar no es sino la Fe en Dios y los hijos -a quienes ya invitamos a jugar al basket- empezaron a cobrarle simpatía a los Misioneros.

Quizás veremos algún día la conversión de toda su familia. Quizás no. Pero Dios no nos pide ver frutos, nos pide sembrar. No sé si se nos cansaran los brazos de tanto bautizar -como le pasó a San Francisco Xavier- pero ¡que al menos se nos cansen los brazos de tanto sembrar -como les pasó a todos los Santos-!

 

San Francisco Xavier, Gigante de las Misiones

San Francisco Xavier, Gigante de las Misiones

¡Viva la Misión!

     P. Federico,

Misionero en Taichung (Taiwan)

 

[1] Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado, 115.

[2] Ibid, 197.

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