Ensayo sobre el matrimonio.

Queridos lectores: compartimos con  ustedes un ensayo sobre el matrimonio que hizo un gran amigo nuestro, el Dr. Carlos Romero, padre y esposo, una de cuyas hijas es mi ahijada.
Prosit!
Padre Federico.

 

Vivir para quererte [1]

 

  1. Introducción

Al inicio del mes de febrero de 2023, previo a emprender un viaje familiar hacia las sierras cordobesas me topé de improviso con el Padre Sergio, quien me preguntó si podíamos participar de un par de encuentros prematrimoniales con mi amada mujer, don que Dios me destinó desde siempre para ayudarnos mutuamente dentro de su plan de salvación.

Esta invitación me movió a remembrar las palabras interpelantes de otro sacerdote, que en uno de sus libros expresaba el llamado actual de los matrimonios católicos “a dar un testimonio único ante un mundo que habla de amor, pero no cree en el amor y ha olvidado cómo se ama” [2]. Tal es así, que esa exhortación resonó una y otra vez en mi espíritu, junto a ese deber de los esposos de “recordar al mundo el amor de Cristo hacia la Iglesia, hacia cada hombre y mujer que pisa los umbrales convulsionados de nuestro siglo”. Al punto tal, que lo aquí escrito es una respuesta a esa oportunidad enviada por la Divina Providencia para honrar el maravilloso Sacramento del Matrimonio.

Por cierto, antes de comenzar a exponer, con el propósito de no generar vanas expectativas en los lectores es necesario precisar que ésto es un testimonio de amor, dirigido fundamentalmente a quienes se hallan próximos a vivenciar el significado de ese “Sí, quiero”, tan propio de la vida matrimonial. No trataremos de brindar aquí un conjunto de recetas mágicas, reglas taumatúrgicas o dar una serie de tips, como gustan decir quienes, de un modo chic desisten de nuestra rica lengua española y dispersamente abrevan en anglicismos o extranjerismos.

Reiteramos, lo que se procura compartir aquí es un testimonio sobre el Matrimonio, es decir, dar fe de las alegrías y peripecias de una gran aventura. Subrayamos una GRAN AVENTURA escrita en mayúsculas. Sí, a contrario sensu de esas falsificaciones del amor ancladas en la infidelidad, engañosamente catalogadas como aventuras, el Matrimonio es una auténtica Odisea. Es que tal como expresaba otrora Álvaro de Silva: “La virtud clásica del coraje y la audacia que los antiguos ejercitaban en la vida militar se ha convertido en virtud doméstica. Nada en todo el universo la requiere tanto como la decisión de empezar una familia y de quedarse en ella hasta la muerte” [3].

Lo expresado–con su debida matización [4]–, se halla revestido de especial actualidad si lo hilvanamos a esa lúcida radiografía cristalizada hace más de medio siglo por Charles Péguy, cuando rubricaba que en el mundo laical únicamente existen dos aventureros, ese hombre y mujer comprometidos con fundar una familia, contra quienes todo se encuentra salvajemente organizado [5]. En efecto, ésto es algo que en el presente podemos comprobar fácilmente con la embestida de la ideología de género, el aborto, el relativismo, el escepticismo, el ateísmo militante, el individualismo, el idealismo de matriz hegeliana-kantiana, la denominada era de la post verdad, el hundimiento de la razón, y un largo etc.

Al contrario de lo que muchos erradamente creen, el Matrimonio es el reino de las mil maravillas. Ustedes sabrán, que si bien existen dos reglas doradas que siempre deben hallarse en todo Matrimonio, me refiero al amor y la lealtad, cada familia tiene sus propias normas. Pues con buen tino enseñaba Chesterton que “el hogar no es el sitio domesticado y manso en un mundo lleno de aventuras. Es el sitio indómito y libre en un mundo lleno de reglas y tareas fijas” [6].

Como bien lo define el creador del célebre y entrañable Padre Brown, “el lugar donde los niños nacen, donde los hombres mueren, donde el drama de la vida mortal se representa” [7] no es el ámbito laboral, sino la aventura del hogar, ese es el lugar donde el Matrimonio “forma los cuerpos y las almas de la humanidad” [8], misión elevada donde se debe lidiar “con todas las formas de libertad” [9] al tener que habérselas “con todos los aspectos del alma humana” [10] al relacionarse los cónyuges entre sí o tratar con sus hijos [11].

Tal cual se preludiaba, el Matrimonio es una verdadera aventura que particularmente hoy exige determinación en el “Sí, quiero”, heroicidad en las virtudes y una sólida formación, sobre todo en este agitado tiempo donde la fortaleza, el compromiso y la valentía parecen enfriarse o diluirse al compás de una vida caracterizada como líquida por Bauman [12]. Efectivamente, nos hallamos ante una hora perentoria surcada de contrariedades, donde urgen apostolados y testimonios de Matrimonios fortalecidos en la gracia de Cristo, decididos a sostener el Buen Combate e ingresar a remar mar adentro (Lc. 5, 4).

Ahora bien, en cualquier aspecto de la vida, hay cuestiones que no se pueden soslayar cuando uno decide asumir un compromiso con un “Sí, quiero”. Naturalmente, antes de embarcarnos en una aventura o incursionar en una expedición a lo Indiana Jones surgen interrogantes por atender. ¿De qué viene la cosa?, ¿cuál es el objetivo de la misión?, ¿cuáles son las dificultades por superar para alcanzar la cumbre o designio anhelado?, y ¿qué herramientas nos ayudarán a sobrevivir y superar esos escollos (ej. alimento, agua, una cantimplora, un mapa, una brújula, la famosa navaja suiza dotada de múltiples funciones)? Éstos son entre otras, algunas de las preguntas por responder antes de iniciar cualquier viaje.

Esto no es una nimiedad, en la medida de que de ésto puede depender vivir una verdadera aventura o padecer una tragedia griega. La clave pasa entonces por entender en nuestro caso, cómo escribir entre dos esa gran aventura de amor y sobre qué piedra angular erigir ese “Sí, quiero”. Por ello es que aquí se procurará exponer sucintamente las disímiles dimensiones de la santa aventura del Matrimonio, prevenir sobre ciertos enemigos u obstáculos, poner en perspectiva las exigencias de la vida matrimonial y determinar qué materiales o herramientas son fundamentales para fundarla sobre roca firme (Mt. 7. 24-27).

Dicho esto, podemos adelantar que la línea divisoria entre el naufragio familiar y un Matrimonio infranqueable frente a los arrebatos del mundo radica en comprender el sacramento del Matrimonio, vivirlo como ese gran misterio que es y poner en práctica las palabras de Jesús [13], por cuanto tal cual enseña Nuestro Señor “… todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, se asemejará a un varón sensato que ha edificado su casa sobre la roca: Las lluvias cayeron, los torrentes vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, pero ella no cayó, porque estaba fundada sobre la roca” (Mt. 7. 24-27) [14].

  1. De la Santa Aventura del Matrimonio

II.a. Sacramento, fines y efectos

A partir de lo anticipado, lo primero que debemos determinar antes de iniciar este periplo y precisar algunas coordenadas incardinadas en la meta de edificar nuestra casa sobre roca firme, es qué es el Matrimonio.

Un buen lazarillo para alcanzar este cometido es el Catecismo Mayor de San Pío X, donde se define al Matrimonio como “… un Sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo, que establece una santa e indisoluble unión entre el hombre y la mujer y les da gracia para amarse uno a otro santamente y educar a los hijos cristianos” [15].

Al igual que todo sacramento, el Matrimonio tiene una particular significación [16], en tanto nos recuerda y expresa la indisoluble unión de Jesucristo con la Santa Iglesia y Su amor por Ella [17]. Por ello, el Matrimonio es una predicación viva y fiel testimonio de ese amor vivido entre Cristo y la Iglesia, que en términos paulinos podemos resumir así: “Las mujeres sujétense a sus maridos como al Señor, porque el varón es cabeza de la mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó Él mismo por ella, para santificarla, purificándola con la palabra en el baño del agua, a fin de presentarla delante de Sí mismo como Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así también los varones deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie jamás tuvo odio a su propia carne, sino que la sustenta y regala, como también Cristo a la Iglesia, puesto que somos miembros de su cuerpo. A causa de esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer, y los dos serán una carne. Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la Iglesia. Con todo, también cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer a su vez reverencie al marido” [18].

So riesgo de tornarnos tediosos, es fundamental destacar que el Sacramento del Matrimonio posee una doble finalidad (unitiva y procreativa) y sus efectos son: acrecentar la gracia santificante y otorgar una gracia especial para cumplir los deberes matrimoniales, léase: “1. Guardar inviolablemente la fidelidad conyugal y portarse siempre y en todo cristianamente; 2. Amarse uno a otro, soportarse con paciencia y vivir en paz y concordia; 3. Si tienen hijos, pensar seriamente en proveerlos de lo necesario, darles cristiana educación y dejarlos en libertad de escoger el estado a que Dios los llamare” [19].

II.b. Las mieles del amor

La Sagrada Escritura «afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2, 18). La mujer, “carne de su carne” (cf Gn. 2, 23), su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una “auxilio” (cf Gn. 2, 18), representando así a Dios que es nuestro “auxilio” (cf. Sal. 121,2). “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (cf Gn. 2,1825). […] “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6)» [20].

En clave con ello, el Catecismo de la Iglesia Católica precisa que “Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1,2), que es Amor (cf. 1 Jn. 4,8.16)” [21].

Esa vocación innata de todo ser humano llamada amor, explica un siempre brillante Josef Pieper significa “tanto como aprobación”, o sea, “Amar a alguien […] significa llamar bueno a esa persona y, dirigiéndonos a ella […], decir: es … ¡es bueno que estés en el mundo! [22].

Empero, nuestra propia experiencia nos enseña, que no basta con escuchar: ¡es bueno que existas!, pues deviene “importante para nosotros la confirmación expresa: ¡es bueno que existas! Dicho de otra manera, lo que necesitamos además de la nuda existencia es ser amados por alguien” (destacado nuestro) [23]. Por tanto, el Matrimonio florece cuando se experimenta ese ser amado con ese amor selectivo [24] de benevolencia [25] y amistad [26].

Si bien no puede obviarse que determinadas circunstancias son importantes para satisfacer necesidades de la vida matrimonial o familiar, además de la leche el Matrimonio necesita de la miel, “símbolo de la dulzura de la vida y la felicidad de existir”, tal como expresa Pieper [27]. En consecuencia, si apelamos a las Sagradas Escrituras, podemos definir metafóricamente al Matrimonio como una tierra fértil, que mana leche y miel (Ex. 3, 8). De ahí la trascendencia de expresar a diario ese amor no sólo con palabras, sino también con tiernos gestos (ej. una afable sonrisa, un apretón de manos, un beso, una caricia), todos brotes de olivo en una tierra fecunda, pues tal cual lo testimoniaba el Siervo de Dios Enrique Shaw, debemos comunicarnos el amor mutuo, en la medida de que “no basta darlo por supuesto. El crecimiento del amor no es automático. Hay que recrearlo” [28].

II.c. Dimensión unitiva del amor

Huelga destacar a su vez, un elemento siempre presente en las disímiles caracterizaciones del amor. Aludimos a la tendencia a la unión. El amor es dinamismo unitivo, en tanto el hombre y la mujer tienden a su consorte como a su bien. Simplificando, ven en algo su bien, procuran buscarlo, salen de sí para unirse al amado y formar con él una sola carne [29], es decir una unidad física, afectiva y espiritual. Así pues, lo acontecido en el amor entre el hombre y la mujer es que los dos se vuelven por así decirlo una persona, por cuanto “la unión en el amor presupone la conservación de la diversidad y de la independencia de los miembros de esta nueva unidad” [30], tal como diría Pieper bajo la guía del perenne magisterio del Aquinate [31].

Y sobre esto se torna imprescindible hacer un breve paréntesis cuando hablamos de diversidad bien entendida, en traza de sortear posibles confusiones. Aunque el hombre y la mujer no son idénticos, los recursos personales de la femineidad no son menores que los de la masculinidad, ni viceversa. Si bien tienen igual dignidad, igual nobleza e igual destino, gracias a Dios ambos son disímiles, complementarios y enriquecedores [32]. De lo contrario, se echarían por tierra las diversas formas de hacer piel la humanidad con las que cuentan el genio femenino y el masculino; e impedirían así, las posibilidades de construir un proyecto superador donde se potencien e integren armónicamente las cualidades de ambos sexos, junto a sus modos innatos en realizar las mismas obras. Y ésto es esencial valorarlo, por cuanto el mundo, el Matrimonio y la familia requieren de esa sinergia y aporte original brindado por cada uno con sus cualidades propias, que constituye una riqueza insondable para un proyecto de vida común si lo meditamos en nuestro corazón bajo el luminoso ejemplo de San José y la Santísima Virgen María.

II.d. Indisolubilidad matrimonial, fidelidad y confianza en el amor

Por otra parte, cuando afirmamos que el Matrimonio es indisoluble significa para siempre [33]. Es decir, hasta que la muerte nos separe [34]. Jamás es en vano recordar las palabras de Nuestro Señor, cuando ante la pregunta de los fariseos respondió: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, varón y mujer los hizo y dijo: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»?” De modo que ya no son dos, sino una carne. ¡Pues bien! ¡Lo que Dios juntó, el hombre no lo separe!” [35].

Así como la Eucaristía expresa “el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor” [36]. En efecto, el “vínculo fiel, indisoluble y exclusivo que une a Cristo con la Iglesia, y que tiene su expresión sacramental en la Eucaristía, se corresponde con el dato antropológico originario según el cual el hombre debe estar unido de modo definitivo a una sola mujer y viceversa (cf. Gn 2, 24; Mt, 19, 5)” [37]. De modo que, el “consentimiento recíproco que marido y mujer se dan en Cristo, y que los constituye en comunidad de vida y amor, tiene también una dimensión eucarística” [38]. Así pues, “en la teología paulina, el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz…” [39].

Como enseñan Pieper y Raskop, “Jesucristo dignificó la unión del hombre y la mujer en el matrimonio haciendo de ella un Sacramento, esto es, una fuente de vida sobrenatural” [40]. Por cierto, “el Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó” [41].

De esta forma, el amor conyugal alcanza “la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona en la cruz” [42]. Por ello, dada la sacramentalidad del Matrimonio es que nos hallamos ligados uno a otro de manera indisoluble, pues esta recíproca pertenencia es representación real de la relación de amor y fidelidad de Cristo con la Iglesia [43].

Podemos rubricar entonces, que el don del sacramento es al mismo tiempo vocación hacia el amor absoluto ente los cónyuges, una unidad insoslayable [44] y el mandamiento de Dios para permanecer fieles por sobre toda prueba o dificultad, testimonio de invaluable valor en este tiempo donde tanto se habla por ejemplo del poliamor, la poligamia [45] o poliandria [46].

II.e. El Sagrado Matrimonio nos eleva y santifica

Otra de las facetas del Matrimonio es “la unión perfecta de vida y sentimientos entre hombre y mujer, unión que es posibilitada y salvaguardada por la fidelidad conyugal” [47], y como explica Pío IX en la encíclica Casti Connubii (sobre el Matrimonio) comprende no sólo el recíproco auxilio, sino también “la ayuda mutua de los cónyuges en orden a la formación y perfeccionamiento progresivo del hombre interior, de modo que por medio de este consorcio mutuo de vida crezcan de día en día en las virtudes y, sobre todo, crezcan en el verdadero amor de Dios y del prójimo” [48].

Es que esta “mutua conformación interior de los esposos, este constante anhelo de perfeccionarse recíprocamente” [49] es “como enseña el Catecismo Romano, causa y razón primaria del matrimonio, siempre que el matrimonio se entienda no en su sentido más estricto de institución para la honesta procreación y educación de la prole, sino en el más amplio de comunión, trato y sociedad de toda la vida” [50].

Un buen ejemplo de esta recíproca conformación interior puede advertirse en las epístolas de Enrique Shaw a su mujer Cecilia, donde reconoce ese amor transformador irradiado por su mujer, al expresarle que: «Desde entonces cambié mucho y para mejor, todo por tu influencia, con lo que ya se empieza a cumplir uno de los fines del matrimonio: “perfección mutua”» [51].

La lectura de Enrique y Cecilia: Cartas de amor, es particularmente apta y aconsejable para facilitar una recta comprensión del alcance de esta cooperación en el amor de un Matrimonio católico. Pues esa correspondencia constituye un fecundo testimonio de amor, que atesora un programa de vida y crecimiento espiritual denominado “Peldaños de amor de Dios”, donde se pueden apreciar un plan urdido por estos eternos amantes como base para la vida matrimonial, a partir de la compilación de ricos fragmentos de enseñanzas de la Iglesia y sus santos [52]. Proponer hacerse felices, respetar la libertad del otro, contarse todas las cosas, cuidar los detalles del amor, desarrollar sus personalidades, crecer con el cariño, construir una familia, elegir la santidad como algo valioso, unirse en, por y para Dios, son algunos de los títulos de los disímiles capítulos de esa obra, donde podemos apreciar un esplendoroso ideario dedicado a toda unión matrimonial.

También resultan una luminosa guía las palabras del Cardenal Verdier rescatadas por Shaw, a través de las cuales especifica que la unión matrimonial es “la fusión de dos vidas humanas, la unión de dos cuerpos, sin duda frágiles, que pronto, cierto es, se marchitan y se gastan; pero también y sobre todo, es la unión de dos almas que colocan en común sus inteligencias para completar sus pensamientos, sus corazones, para duplicar en su intercambio las alegrías y los consuelos, sus voluntades para prestarse ayuda … sostén y energía, en sobrellevar sus pruebas personales y en cumplir la obra capital de la educación de una familia cristiana” [53].

No podemos obviar, que el Sagrado Matrimonio es camino de santificación y nos eleva. Per se, el Matrimonio es signo eficaz de la gracia, pues “elevado a sacramento, da inmediatamente a los esposos que se casan una gracia inicial que comprende: el aumento de la gracia santificante y de las virtudes y dones que la acompañan” [54]. Gracia que ayuda a los cónyuges a santificarse con la vida matrimonial y educación de sus hijos, auxiliándolos a cargar recíprocamente sus cruces, levantarse, perdonarse y amarse con un amor sobrenatural [55].

Es importante reparar, como advertía ya otrora San Francisco de Sales, que todos podemos aspirar a la santidad si tenemos caridad y llevamos una vida virtuosa [56]. Todos somos llamados por Dios a la Santidad. Y los esposos, precisamente encontramos los medios para alcanzar ese designio en los sacramentos (léase el Matrimonio en sí, la Eucaristía y la Reconciliación) junto a la oración familiar e individual.

Asimismo, vale poner de relieve, que sin el sostén de la vida de fe el Matrimonio no puede perdurar [57]. Como enseña el Padre Fuentes, el amor fructifica en la madurez interior de los esposos y se vuelve cada vez más profundo cuando mira hacia Dios y cultiva una auténtica espiritualidad conyugal [58]. Si no vivimos santamente el Matrimonio, soslayamos la ayuda de la gracia y demás sacramentos, como así también menospreciamos el alimento de la oración es imposible sobrevivir.

II.f. El deber de vigilancia

Conviene además no obviar en esta exposición, uno de los memorables sermones titulado “Velad” de San John H. Newman, a través del cual exhorta a dejarse penetrar a diario por lo invisible con un alma solícita, alerta y receptiva [59].

Aquella sabia admonición se coliga con ese deber de vigilar, velar, rezar y mirar con atención por, con y a Cristo [60]. En otras palabras, de lo que se trata es de colocar con suma diligencia la mirada y el corazón en Dios por sobre todas las distracciones e inquietudes presentes [61]. Simplificando, aludimos a un tener la guardia alta ante un mundo vertiginoso, surcado de peligros y que parece reseteado para empujarnos a la acedia, es decir al olvido de Dios.

Sentado esto, podemos confirmar que, así como es indispensable esta vigilia permanente y no cesar de posar nuestra mirada en lo eterno, en la vida cotidiana de todos los matrimonios también debe actualizarse esa vigilancia. Sí, un no dormirse en los laureles –como se suele expresar– y tener una actitud vigilante frente a una vida familiar que no sólo crecerá en exigencias o multiplicará obligaciones [62], sino también cambiará permanentemente en su dinámica.

Por ello es tan relevante esa madre de las virtudes cardinales llamada prudencia y un saber velar que nos permita no sólo vigilar nuestro corazón sino además los enemigos externos. De ahí la trascendencia de hallarse precavido de tentaciones bajo ángel de luz [63], no ceder ante circunstancias que a priori pueden parecer inocuas, pero han de constituir un mal con apariencia de bien; evitar la familiaridad con ciertas personas; y sortear situaciones pasibles de llevar a ocasión de pecado, originar confusiones, despertar suspicacias, dañar nuestra reputación o la honorabilidad de nuestro cónyuge [64].

A su vez, este saber velar comprende un recto discernimiento sobre qué respuestas suministrar ante ofrecimientos laborales, oportunidades académicas, beneficios y retos individuales planteados. Por consiguiente, frente a estos escenarios siempre es muy útil preguntarnos: ¿Es de mayor agrado a Dios este cambio o propuesta, en razón de los dones recibidos y frutos que uno puede dar o es alimento para la vanagloria? ¿Esta nueva posibilidad me acerca más a Dios, a mi cónyuge y a mi familia; o puede distanciarme de ellos? ¿Este desafío puede constituir un aporte al Bien Común [65] Sobrenatural, al Bien Común Temporal y al Bien Común Familiar? ¿Hay una variable de ajuste? [66] De ser así, ¿cuál es? ¿Si asumo esta responsabilidad puedo cumplir satisfactoriamente mis deberes de estado?

En este sentido, es de suma utilidad recordar dos enseñanzas. Una expresada por el Siervo de Dios Enrique Shaw, para quien “Una multiplicidad de actividades no exigida por los deberes de nuestro estado entorpece la contemplación y la sencillez que esta produce” [67]. Y la otra, una rica lección de Madre Teresa, quien enseñaba que el amor debe comenzar en nuestra propia casa [68].

Basta destacar en último lugar otro aspecto esencial al cual nos conduce este velar por nuestro ser amado, que es vivir en estado de inclinación hacia el otro. En palabras de Chesterton, el peor enemigo del amor y la familia puede ser uno mismo [69], algo fácil de corroborar, por cuanto en cuantiosas ocasiones lo que acarrea a los matrimonios a desgastarse es la orfandad de diálogo, la carencia de desarrollo interior, el tedio consecuente de la frivolidad o superficialidad, el egoísmo, la falta de sentido del humor y la ausencia de creatividad e imaginación para transformar rutinas.

II.g. El amor matrimonial es laborioso

Si bien puede parecer una obviedad, no es vano aclarar en estos tiempos tan apegados al confort y aburguesamiento, que el Matrimonio no se construye con un “ChatGPT”. Muy por el contrario, el Matrimonio implica cuatro cosas: amor, compromiso, crecimiento y, sin lugar, a dudas esfuerzo.

Efectivamente, el Matrimonio requiere un amor con espíritu de sacrificio que se traduce en saber luchar por él, acrisolarse ante la adversidad, preservar espacios de diálogo fecundo, compartir las alegrías, limar posibles tensiones, respetar al otro, cultivar la paciencia, nutrir la espiritualidad, hacernos amables con el otro y preservar el buen humor, como así también enseñar una generosa disposición para conocerse mejor, considerar las necesidades e inquietudes del amado, escucharlo con el corazón [70], auxiliarse, acompañarse afectivamente, contenerse, tolerarse, perdonarse y reconciliarse.

Siguiendo las palabras del Padre Moledo, podemos decir que la vida matrimonial es una entrega de amor “para inmolarse en el altar del otro, no para inmolar al otro en nuestro altar” [71], algo bien observado por Enrique Shaw, quien caracterizaba al camino a desandar por un Matrimonio feliz, como aquel donde “cada uno de los cónyuges se propone no ser feliz él, sino hacer feliz al otro” [72].

Las exigencias para alcanzar la cumbre de este amor y comunión en el Matrimonio son bien descriptas por el Apóstol San Pablo, cuando explica que “El amor es paciente; el amor es benigno, sin envidia; el amor no es jactancioso, no se engríe; no hace nada que no sea conveniente, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se regocija en la injusticia, antes se regocija con la verdad; todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se acaba…” [73].

III.h. El amor matrimonial es fructuoso

Resta añadir, que el Matrimonio y el amor conyugal no son endogámicos, pues no se agotan dentro de la pareja. Por el contrario, se hallan incardinados a la procreación y educación de sus hijos, en tanto se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a un nuevo ser humano, “reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre” [74]. Por esto se dice que el Matrimonio es fundamento de la familia [75], primera escuela de virtudes sociales e Iglesia doméstica [76] también llamada a instaurar a todo en Cristo, evangelizar otras familias y ayudar a la configuración cristiana del mundo [77].

Este amor paterno y materno determina así el derecho-deber original, primario, insustituible e inalienable de educar a los hijos. De educarlos con confianza en el amor a Dios ante todo; y en el amor fraternal “como solicitud sincera y servicio desinteresados hacia los demás, especialmente los más necesitados” [78].

El “…amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor” [79]. Tal como lo sostenía San Juan Pablo II: “La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad” [80].

Esta especial participación en la obra creadora de Dios fincada en el amor abre al Matrimonio a una etapa de descubrimiento, aprendizaje, trabajo conjunto y asunción de nuevas responsabilidades. Los padres se convierten así en mensajeros del Evangelio ante los hijos, primeros testigos del encuentro con Dios, proclamadores de la Esperanza, maestros de la oración, ejemplo de reconciliación y formadores de virtudes.

Desde ya, esto exige valentía, planificación conjunta, enseñanza del misterio de salvación, concientización sobre el don de la fe, lectura de las Sagradas Escrituras, adoración en la acción litúrgica [81], plegaria familiar [82], vivencia de la justicia, experiencia de la misericordia, santificación, y por sobre todo amor.

Inexorablemente, este desafío se vuelve todavía mayor y renueva las exigencias ante el avance de “una legislación antirreligiosa que pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa” [83].

III. Conclusión

Se ha intentado exponer brevemente las diversas dimensiones de la santa aventura del Matrimonio, advertir posibles escollos, precisar sus exigencias y determinar qué materiales son de gran ayuda para erigir sobre roca firme una vida matrimonial, que como podemos apreciar es una obra de arte llamada a crecer día a día con la ayuda de Dios y el amor conyugal [84].

Al iniciar este escrito evocábamos a Charles Péguy, quien de algún modo afirmaba que en el mundo laical solo existen dos aventureros, el hombre y la mujer comprometidos en fundar una familia, pues todo se halla salvajemente organizado en su contra. Por ello festejamos la existencia de jóvenes valientes y magnánimos, soplo de fuego sagrado llamado a dar testimonio de ese misterio de amor bien simbolizado en esa cruz sostenida por Dios [85].

Tal cual ya lo pueden vislumbrar, los enemigos de la familia y los peligros que se ciernen contra el Matrimonio siempre acechan, mas esto no debe conducirnos a caer en la tentación del desaliento, cobardía o mezquindad. Por el contrario, esto nos debe mover a fortalecernos en la Fe, a ser fuertes en Dios y no tener miedo de lanzarnos a esta maravillosa aventura.

“No tengáis miedo” les decía Cristo a los discípulos, tras su Resurrección [86] y nos lo dice también a nosotros hoy. Los desafíos del Matrimonio son muchos, pero lo que exige nuestro Señor jamás “supera las posibilidades del hombre” [87], si este “lo acepta con disposición de fe” [88], pues así “encuentra la Gracia, que Dios no permite le falte, la fuerza necesaria para llevar adelante esas exigencias” [89], santificarse y salvarse.

No olvidemos, que “El amor de Dios es infinito. Con Dios nada es imposible” [90]. No tengamos miedo ante los deberes implícitos en la sublime aventura matrimonial. Varones, meditemos en nuestro corazón las actitudes de Jesús con Dios Padre, sus enemigos y el dolor, como así también su relación con las mujeres, a quienes respetó especialmente en su dignidad.

Por lo tanto, frente a la adversidad, cualquier encrucijada e incertidumbre sobre qué decisión adoptar en la vida matrimonial y educación de nuestros hijos volvamos nuestra mirada sobre Jesús, Dios hecho hombre. Pues existe una pregunta que responde todas las respuestas, y precisamente es el interrogante: ¿qué haría Jesús?

No temamos. Abrevemos en el glorioso, justo y humilde Patriarca San José. Escuchemos sus silencios [91], aprendamos de su amor a la Virgen María, contemplemos su veneración por la Mater, fuente de rebosante alegría; reparemos en su deseo de agradarle, emulemos su celo por protegerlos a Ella y Jesús, vivemos su coraje, hagamos carne su perseverancia, compartamos su confianza en Dios, abramos nuestro corazón a esa vigilante escucha y dócil obediencia a la Voluntad Divina; e incluso, si necesitamos hallar una regla del buen obrar, no dudemos en preguntarnos: ¿Qué haría San José?

Mujeres no tengan miedo. Ante cada inquietud que se anide en su corazón, pregunten ¿qué haría la Santa Madre de Dios? Posen sus atentas pupilas en quien no tuvo temor [92]. Vuelvan su despierta mirada a la Santísima Virgen María, pues “Cristo vencerá por medio de Ella” [93]. Escudriñen la absoluta entrega hacia Dios de esa valiente Virgen niña, vivan ese amor que se adelanta [94], admiren ese respeto y confianza en San José, encarnen esa femineidad atenta a los menores detalles y abracen ese incondicional apoyo a nuestro Señor.

¡Queridos novios sean lo que deban ser! No teman decir: “Sí, quiero”. Un “sí quiero”, que encuentra en San José y la inmaculada Madre de Dios un modelo de cómo cada uno de nosotros se encuentra llamado a recibir el Sacramento del Matrimonio. Un “sí quiero” generoso. Un fiat lleno de amor a ese otro aventurero decidido a vivir esa travesía salvífica de dos, que se hacen uno con la mirada puesta en Dios.

Queridos novios, aludimos a un “Sí, quiero del corazón”, llamado a crecer como la Sagrada Familia en, por, para y con Dios, en tanto como le confiara el Padre a Santa Catalina, “mientras sois viajeros en esta vida, vuestra condición es el avanzar. Quien no avanza retrocede” [95].

Definitivamente, queridos novios, se trata de un “sí quiero”, «“Vivir para quererte”, para querernos cada día más y mejor», como le escribía su amada Cecilia a Enrique Shaw, al adherir a esa norma dorada de vida matrimonial por él compartida [96]. Un “sí quiero” de dos amantes llamados a ser uno en Cristo, pues como expresaba San Juan de la Cruz “Al final de la vida seremos juzgados por nuestro amor” [97]. Un amor que como nuestro Matrimonio se probará en la adversidad y siempre será puesto a prueba.

En fin, queridos novios les garantizó que una vez unidos sacramentalmente por el Matrimonio, las lluvias caerán, los torrentes vendrán y los vientos soplarán. Les aseguró que contra su casa unos y otros obstáculos se arrojarán. Pero también les comparto la certeza de que, si son fieles a ese mandato de amor de vivir para amarse el uno al otro en, con, por y para Dios, su casa no sólo no se derrumbará, sino será además el mejor lugar en el mundo para quien escoja ese estado de vida [98], pues como decía Chesterton: “cuando entramos en la familia entramos en un cuento de hadas” [99], una aventura que escogeríamos una y otra vez. Una Odisea signada por un “Sí, quiero vivir para amarte siempre” que contiene una “felicidad secreta y sobrehumana” [100], únicamente reservada para quienes saben y quieren entregar todo por su ser amado, tal como Cristo amó a su Iglesia, dando su vida por Ella.

Por consiguiente, nada parece más conveniente en esta ocasión especial, que elevar a Dios esa oración simple atribuida a San Francisco de Asís y no buscar tanto a ser amados, sino más bien a amar “porque es dando que se recibe … Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna”.

¡Que así sea para mayor Gloria de Dios, salvación de nuestras almas y dicha eterna de nuestras familias!

En la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, a los 7 días del mes de julio del año de Nuestro Señor 2023.

Carlos M. Romero Berdullas

 

NOTAS

[1] Este trabajo culminado en el año de nuestro Señor 2023 pretende completar Educar desde los santos, obra publicada una década atrás; y es escrito por amor a Clara María Romero Berdullas, nuestra amada hija más chiquita, quien como todo nosotros se encuentra llamada a ser santa, pues tiene esa sensibilidad tan cercana a Santa Clara de Asís que la vuelve un tesoro muy especial. De este modo, se hace justicia a una observación efectuada por una virtuosa amiga, quien atinadamente destacó la necesidad de dedicarle un capítulo a Clarita, quien todavía no había nacido cuando se publicó Educar desde los santos.

[2] Fuentes, M. A., Los hizo varón y mujer, novios y esposos ante el matrimonio y la sexualidad, Del Verbo Encarnado, Mendoza, 2007, p. 6.

[3] Prólogo de Álvaro de Silva a Chesterton, Gilbert K., El amor o la fuerza del sino, Rialp, 1993, Madrid, p. 25.

[4] Cuando Álvaro de Silva afirma que “Nada en todo el universo la requiere tanto como la decisión de empezar una familia y de quedarse en ella hasta la muerte”, corresponde hacer una modulación con el objeto de sortear incorrectas interpretaciones. Pues es evidente que el citado enmarca su juicio dentro del mundo laical, por cuanto vale reiterar, que la vida sacerdotal es superior a la matrimonial, como así también lo es la vocación consagrada. De ahí que nada en todo el universo requiere más coraje como la decisión de seguir la vida sacerdotal y misionar.

[5] Péguy, Charles, “Clio I (Cahiers)”, en Temporal and eternal, Nueva York, 1958, p. 108. Aquí tomamos la licencia de hacer una adaptación del pensamiento de Péguy, quien únicamente alude al padre de familia en esa obra.

[6] Chesterton, Gilbert K., “El carácter indómito de la vida doméstica”, en El amor o la fuerza del sino, p. 70.

[7] Chesterton, Gilbert K., “¿Dónde debe estar la madre?”, en El amor o…, p. 202.

[8] Chesterton, Gilbert K., “The New Wittness”, 1919, en El amor o…, p. 189.

[9] Chesterton, Gilbert K., “De dentro afuera”, en El amor o…, p. 193.

[10] Idem.

[11] De algún modo, a través de la formación de almas y cuerpos, el Matrimonio participa del Sacerdocio, que es la más elevada de las vocaciones, pues la vida sacerdotal es superior a la matrimonial, como así también lo es la vocación consagrada.

[12] Vide in extenso Bauman, Zygmunt, Vida líquida, 1ª ed., Paidós, Buenos Aires, 2013.

[13] Bojorge, Horacio, La casa sobre roca, Lumen, Buenos Aires, 2005, pp. 11-12.

[14] En cambio, “todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, se asemejará a un varón insensato que ha edificado su casa sobre la arena: Las lluvias cayeron, los torrentes vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, y cayó, y su ruina fue grande” (Mt. 7. 24-27).

[15] San Pío X, Catecismo Mayor, cap. IX, n° 831, Ediciones Río Reconquista, Buenos Aires, 2015.

[16] Recordemos que sacramento significa signo. El misterio del Cuerpo Místico se aplica a la unión matrimonial. Por tanto, explica Pío XI “¿Cómo podría ser y decirse símbolo de tal unión el amor conyugal, cuando fuera deliberadamente limitado, condicionado, desatable, cuando fuese una llama solamente de amor temporal?”. “En este bien del sacramento, además de la indisoluble firmeza están contenidas otras utilidades mucho más excelsas y aptísimamente designadas por la misma palabra «sacramento»; pues tal nombre no es para los cristianos vano y vacío, ya que Cristo Nuestro Señor, fundador y perfeccionador de los venerandos sacramentos, elevando el matrimonio de sus fieles a verdadero y propio sacramento de la Nueva Ley, lo hizo signo y fuente de una peculiar gracia interior, por la cual aquel su natural amor se perfeccionase, confirmase su indisoluble unidad y los cónyuges fueran santificados” (Encíclica Casti Connubii).

[17] San Pío X, Catecismo Mayor, cap. IX, n° 832.

[18] Ef. 5, 23-33. Vale aclarar, que esta sumisión de la mujer respecto al marido no implica que deba cumplir todos los deseos del marido, aun en desmedro de su conciencia (cf. encíclica Casti Connubii de S.S. Pio XI.) Tal como lo explica Mons. Juan Straubinger en su comentario a las Sagradas Escrituras, así como Cristo amó a su Iglesia, el marido ha de amar a su mujer con el designio de protegerla, dignificarla y favorecer su santificación.

[19] San Pío X, Catecismo Mayor, cap. IX, n° 837 y 843.

[20] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1605.

[21] Ibid., 1604.

[22] Pieper, Josef, Tratado sobre las virtudes, II, Virtudes Teologales, Librería Córdoba, Buenos Aires, 2008, p. 151.

[23] Pieper, Josef, Tratado sobre las virtudes, II, …, p. 162.

[24] Se elige a uno entre muchos y por sus virtudes. No se ama a alguien por sus vicios.

[25] De benevolencia en tanto busca el bien del amado.

[26] Léase amor recíproco, es decir correspondido.

[27] Es interesante el ejemplo suministrado por Pieper, quien toma como ejemplo las investigaciones efectuadas por René Spitz, donde se demuestra que los niños nacidos en el servicio penitenciario bajo condiciones externas no ideales pero criados por sus madres, presentaban resultados meliorativos en cuanto a propensión a la neurosis, contracción de enfermedades y mortalidad si se los comparaba con los pertenecientes a hogares para lactantes provistos de todos los cuidados de enfermeras educadas, más huérfanos del amor maternal (Spitz, René, “Hospitalism”, en The Psychoanalitic study of the child I, Londres, 1945, según cita de Pieper, Josef, Tratado sobre las virtudes, II, …, pp. 163-164).

[28] Critto, Adolfo, Enrique Shaw, Notas y apuntes personales, 2ª ed., Claretiana, Buenos Aires, 2011, p. 44.

[29] Conforme Fuentes Miguel A., op. cit., p. 29.

[30] Pieper, Josef, Tratado sobre las virtudes, II, …, p. 234.

[31] Sigue de cerca la Suma de Teología, II.II, 17, 3.

[32] Cfr. San JP II, Mulieris Dignitatem, nº 10, donde precisamente se alude a los recursos originales de las mujeres.

[33] Particularmente apto es el ejemplo de Fuentes sobre los libros o películas de amor donde se vencen las dificultades hasta vivir felices por siempre. Expresa el Padre Fuentes, ejemplificando con una película «¿Qué sabor nos dejaría si tras la última escena un cartel nos anunciara: “… y fueron felices cinco años, tras lo cual se divorciaron y cada uno se marchó por su lado?” Nos decepcionaría, porque no han entendido lo que es el amor» (Fuentes, Miguel A., op. cit., p. 34). De por sí, el amor verdadero no fenece, pues es perpetuo.

[34] San Pío X, Catecismo Mayor, cap. IX, n° 834.

[35] Mt., 19, 3-7.

[36] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, Paulinas, Buenos Aires, 2007, n° 29.

[37] Ibid., n° 28.

[38] Ibid., n° 27.

[39] Idem.

[40] Pieper, Josef – Raskop, Heinrich, El mensaje Cristino, Rialp, Madrid, 2013, p. 83.

[41] San Juan Pablo II, Familiaris consortio, Paulinas, Buenos Aires, 2003, n° 13.

[42] Idem.

[43] Idem.

[44] Es decir, hablamos de la sociedad de un hombre con una sola mujer, pues nadie puede entregarse totalmente a dos personas.

[45] Léase, un hombre con varias mujeres.

[46] Léase, una mujer con varios esposos.

[47] Pieper, Josef – Raskop, Heinrich, op. cit., p. 83.

[48] Pío IX, Casti Connubi, nº 23.

[49] Ibid., nº 24.

[50] Idem.

[51] Critto, Sara B., Enrique y Cecilia: Cartas de amor, Logos Ar, Rosario, 2021, p. 107.

[52] Critto, Sara B., Enrique y Cecilia…, caps. 22-23.

[53] Rescatadas por el Siervo de Dios Enrique Shaw, conforme Critto, Sara B., Enrique y Cecilia…, pp. 119-120.

[54] Fuentes, Miguel A., op. cit., p. 44.

[55] Idem.

[56] San Francisco de Sales, Introducción a una vida devota, Lumen, Buenos Aires, 2002, Primera parte del cap. III.

[57] Fuentes Miguel A., op. cit., p. 10.

[58] Fuentes Miguel A., op. cit., pp. 32, 35 y 92.

[59] Sermón titulado “Velad”, en Newman, John H., El mundo Invisible, Vórtice, Buenos Aires, 2011, pp. 285-295.

[60] Mc. 13, 35-37 y 14-37; Lc. 12, 39 y 21, 35-36; Mt., 25, 13; Rom. 13, 11-12; I Cor. 16, 13; Ef. 6, 10-13; I Tes. 5, 6; I Pe. 5,8; y Apoc. 16,15.

[61] Lc., 12, 42-48 y Mt. 25, 1-13.

[62] Los niños crecen junto a nosotros y nuestros padres. Por consiguiente, las obligaciones y desafíos se acrecientan constantemente.

[63] Ver reglas 4° y 5° para mayor discreción de espíritus de la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

[64] Recuerdo que el padre Néstor de Gregorio, al prepararnos para nuestro Matrimonio nos advertía sobre la importancia de no sólo ser fiel, sino también de parecerlo.

[65] El Bien Común es un término análogo.

[66] Esto es clave en el plano matrimonial, pues constituye un error descansar en el amor incondicional de nuestro cónyuge y convertirlo en variable de ajuste. Ésto no se condice con un amoroso cuidado del ser amado y puede acontecer por diferentes motivos (egoísmo, individualismo, carencia de fortaleza para establecer límites a nuestros padres o hijos, etc.).

[67] Critto, Sara B., op. cit., p. 265. En igual sentido, puede establecerse cierta relación con lo dicho por San Francisco de Sales, cuando habla de una devoción ordenada a los deberes de estado de cada hombre y mujer.  En palabras del Santo no sería consecuencia de una devoción ordenada y razonable que los artesanos estuvieran todo el día en la Iglesia, o un obispo quisiera vivir en soledad con los cartujos, ya que sería contrario a la vocación de cada uno. La auténtica devoción no daña a vocación ni negocio alguno, sino que lo enaltece y perfecciona (Cfr. San Francisco de Sales, op. cit., Primera parte, cap. III).

[68] Madre Teresa expresaba, que en circunstancias al “marido suele resultarle difícil sonreírle a su esposa y a la esposa sonreírle a su marido. Para que el amor sea auténtico … Debemos amar a quienes tenemos más cerca, en nuestra propia familia. A partir de ahí el amor se extiende hacia quien quiera nos necesite” (Madre Teresa de Calcuta, El amor más grande, Urano, Buenos Aires, 2012, p. 45); y añadía la santa: “Es fácil amar a aquellos que viven lejos; pero no siempre es fácil amar a los que tenemos cerca. Es más fácil ofrecer un plato de arroz para saciar el hambre de una persona necesitada que consolar la soledad y angustia de una persona de nuestra misma casa que no se siente amada” (idem).

Dado que en diferentes ocasiones reparamos cómo se procura desvirtuar este mensaje de Madre Teresa, con el objeto de mezquinar amor, generosidad y solidaridad hacia los demás, vale aclarar, que tal como surge de lo escrito por la Santa, el amor y la caridad comienzan en casa, más no se quedan en ésta. Muy por el contrario, ese amor se proyecta hacia afuera.

[69] Prólogo de Álvaro de Silva a Chesterton, Gilbert K., El amor o…, p. 27.

[70] De esto hablaba bastante el Siervo de Dios Enrique Shaw, cuando planteaba la necesidad de tener un corazón que escucha. Critto, Adolfo, Enrique Shaw…, p. 39.

[71] Critto, Adolfo, Enrique Shaw…, p. 44.

[72] Ibid., pp. 44-45.

[73] I Cor., 13, 5-7.

[74] San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 14.

[75] No obstante, no se debe obviar que el amor y la vida conyugal no pierden su valor ante la imposibilidad de procrear, por cuanto esta circunstancia puede dar ocasión a los esposos para adoptar hijos, ayudar a otras familias, niños u obras educativas (cf. San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 14).

[76] “… la futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica. Esta misión apostólica de la familia está enraizada en el Bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según el plan de Dios (San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 52).

[77] San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 39 y 40.

[78] Ibid., n° 36 y 37.

[79] Ibid. n° 36.

[80] Ibid. n° 38.

[81] “También el Sínodo, siguiendo y desarrollando la línea conciliar ha presentado la misión educativa de la familia cristiana como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, «todos los miembros evangelizan y son evangelizados»”. “En virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con los hijos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo —eucarístico y eclesial— de Cristo mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres, es decir engendradores no sólo de la vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu, brota de la Cruz y Resurrección de Cristo” (San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 39).

[82] “Esta plegaria tiene como contenido original la misma vida de familia que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidades de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración” (San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 59).

[83] San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n° 52.

[84] Un fiel testimonio de esto se advierte con la lectura de la epístola escrita por el Siervo de Dios Enrique Shaw a su amada mujer, cuando expresa: “Estoy decidido a hacer, con la ayuda de Dios, una obra de arte de mi matrimonio con Cecilia” (Critto, Sara B., op. cit., p. 93).

[85] La cruz es símbolo del amor conyugal. El madero horizontal representa el amor humano (es decir el del esposo para con su esposa, padres e hijos) y el vertical el amor a Dios, factótum y medio de elevación (cfr. Fuentes, Miguel A., op. cit., p. 35). Tal es así, que sin el madero vertical la barca se hunde junto al madero horizontal.

[86] Lc. 24. 36 y Mt., 28, 10.

[87] San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Plaza & Janes, Barcelona, 1994, p. 215.

[88] Idem.

[89] Idem.

[90] Madre Teresa de Calcuta, op. cit., p. 53.

[91] Bien meditados en Gasnier, Michel, Los silencios de San José, 8ª ed., Palabra. Madrid, 2009.

[92] La exhortación a no tener miedo es destinada a los Apóstoles y mujeres luego de la Resurrección, mas no a la Virgen María. Al menos no consta en las Sagradas Escrituras que esa exhortación fuera dirigida a la Santa Madre de Dios (cf. San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, p. 215). La explicación dada por el Santo citado para explicar la razón de esto, consiste en que “fuerte en Su fe, «Ella no tuvo miedo»” (idem).

[93] Idem,

[94] Ejemplificado en su visita a Santa Isabel o cuando solicita a Jesús vino para los novios.

[95] Apéndice titulado “Aclaraciones sobre el Don de Discernimiento” en Santa Catalina de Siena, El diálogo del Padre de Dios con Santa Catalina de Siena, Fundación Jesús de la Misericordia, Quito, p. 212, trad. de la versión de R.P.J. Hurtaud, O.P., Le dialogue de Sainte Catherine de Sienne, ed. autorizada por ediciones P. Téqui, París.

[96] Critto, Sara B., op. cit., p. 104.

[97] Madre Teresa, op. cit., p. 54.

[98] Así como para quien sea llamado por Dios a la vida sacerdotal o consagrada, el mejor lugar del mundo serán la misión o su monasterio/convento respectivamente.

[99] Chesterton, Gilbert K., “La familia como institución en el mundo moderno”, en El amor o…, p. 66.

[100] Tomamos esta caracterización de Chesterton, Gilbert K., “Early notebooks”, en El amor o …, p. 48.

 

 

 

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