La paradoja de las periferias – La Misión en su laberinto.

La Providencia depara caminos inesperados que muestran el hacer de Dios, tan inescrutables para la inteligencia cuanto más fecundos son. Como tiene sus horas la hazaña, las tiene la obediencia, dicen en la armada, y eso se aplica en el misionero a la perfección.
Llevamos tres meses en África, y semanas de gestiones burocráticas: estudiar una zona para proyectar misiones, estudiar otra, hablar con un obispo, hablar con otro, bajar a la capital y renovar visados, subir de nuevo al norte, esperar al obispo (¡Con la esperanza que nos oriente a un lugar concreto)! Y bien… Más gestiones burocráticas, que estas nos llevarán de nuevo a Europa a solucionar unos trámites para trabajar con garantías canónicas y jurídicas en la diócesis. Luego, si Dios quiere, hemos de volver pronto a estas tierras africanas que tanto entusiasmo han suscitado en nosotros.
Tengo que dar gracias a Dios, por haber prendido en mi corazón el fuego del celo misionero, la pasión por ganar almas a Cristo, y el ansia de épica y grandes hazañas para la Gloria de Dios; y tengo que dar gracias a Dios, por sujetarnos ahora a la prueba de la paciencia. Estoy contento, porque en la prueba está la predilección de Dios. ¿Que tendría que pensar si todo viniera a pedir de boca? Pero, además, tengo el convencimiento de estar pasando por el umbral de algo verdaderamente grande. Estamos abandonados en las manos de María. Y tengo que dar gracias a Dios por la Orden de San Elías, que es como una cuna donde se mecen las más santas y nobles ambiciones.
¿Que tenemos? No volvemos con las manos vacías… Aunque nos prohibimos volver sin realizar los primeros bautizos, aquí manda Dios, y volvemos sin haber realizado un solo bautizo. Pero hemos predicado con parressía entre paganos e infieles. Son muchas las personas aquí en África de entornos eclesiales que nos manifiestan que el celo que han visto en nosotros los ha edificado y entusiasmado para la misión… Hemos llamado a todas las puertas posibles, y estamos donde estamos, siguiendo las instrucciones de aquellos pocos que nos han abierto. Ahora ponemos rumbo a Roma donde nuestra pequeña barca espera horas decisivas.
He aquí la paradoja: inspirados en las orientaciones del Papa Francisco salimos con el corazón en las manos a las periferias, pero de las periferias nos devuelven al centro para transitar un camino interminable de trámites burocráticos ¡Dios tiene su sentido del humor!
Soplen serenas las brisas, ruja amenazas la ola, mi gallardía española se corona de sonrisas. Eso cantan en la armada, y lo hago mío: aunque después de todo nadie quisiera dejarnos misionar, ya habría valido la pena. ¿O fueron inútiles los esfuerzos de tantos misioneros que preparados por años para la misión, murieron en el naufragio del barco que los había de llevar, o cayeron en las primeras semanas víctimas de las enfermedades tropicales? ¡Claro que no! ¡Dios tiene su forma de hacer las cosas!
Y, ciertamente, no dejamos la misión, sino que más bien nos adentraremos en su laberinto, dónde Dios nos guía por la senda misteriosa de su voluntad.
Padre Emmanuel, S.E.
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